Liberarse de la cruz

Caminaba despacio, cabizbaja y en la sombra, bajo sus ojos se alzaba una mancha oscura producto del cansancio y el insomnio, sus labios resquebrajados y sus manos temblorosas denotaban la carga que traía consigo.

Así me veía día a día, cuando me paraba frente al espejo, de noche después de que las puertas y las luces se apagaban, me acurrucaba en un rincón de la habitación y mientras las lágrimas salían a raudales, en mi alma miles de cosas se quebraban. Me sentía vacía, vana… de día llevaba una careta con una sonrisa elaborada, de las que le dicen al mundo “mira lo fuerte que soy” pero que al final no son nada. Almas vacías.

Me repetía mil veces que era fuerte, buscaba lecturas de superación y me aferraba a lo que aún me seguía manteniendo en pie. Pero cuando la soledad volvía, mi espalda se doblaba por el peso de la cruz. Una cruz cargada de olvidos, de culpas, de responsabilidades, del que dirán y otros sentimientos y cargas absurdas. Una cruz insípida que te lleva a cuestionar sobre si realmente vale la pena seguir, una cruz que muchos hemos tenido a cuestas en algún momento de nuestras vidas.

Llena de inseguridad y desconfianza, con una responsabilidad inmensa y con una voluntad férrea a no mostrarme incapaz, desgastaba mi alma para que los demás vieran mi sonrisa fabricada. Dejaba de lado la cosecha de mi alma para intentar cosechar en otras, olvidando que lo más importante siempre debía ser yo. Ni eso tenía claro, porque en ese entonces basaba mi felicidad en la ajena y no lograba entender porque ante tantas cosas buenas siempre habría sufrimiento.

Después de costarme tanto, he entendido que hay un punto de inflexión, uno relevante, ese en que decides dejarte llevar por la depresión o hacer un pare y recapitular. Unos lo llamaran la voz de la conciencia, yo lo llamo la gracia divina… mensajes, llamadas, personas, cosas y oportunidades que te dicen aquí está tu camino, tú tienes un propósito. A unos nos pasa, a otro no.

Y son por esos, a los que no les pasa, que hoy estoy aquí frente a este block de notas describiendo a la mujer del espejo, rota, ojerosa y doblada por el peso de cargas que ni siquiera me pertenecían, por eso hoy escribo estas letras que tal vez no son nada para algunos, pero para otros son divisar una barca después de un naufragio en medio del océano.

Se puede siempre, se puede siempre liberarse de las cargas emocionales que no nos dejan avanzar, se puede siempre liberarse de los comentarios tóxicos, se puede siempre encontrar una oportunidad de vida que nos impulse. Lo más importante para todo lo anterior, es dedicarte tiempo a ti mismo, entender que ese pequeño mundo que nos rodea es un engranaje del que nosotros somos una pieza clave y como todo engranaje para que lo demás funcione debemos nosotros funcionar a la perfección.

Más tiempo para ti, más amor para ti… a veces suena un poco egoísta, pero para poder brindar afecto, para poder producir a nivel laboral, para generar una estabilidad a los demás primero e importante es que nosotros tengamos esa estabilidad. Difícil tal vez, porque hay mucho ruido alrededor, ¿imposible? Jamás. Me lleno de valentía, me lleno de esperanza, me lleno de fe y levanto mi cabeza en alto y cuando hay mucho ruido, cuando comienzo a escuchar o a ver cosas que no me hacen bien, me tomo un espacio y respiro.

Es justo cuando hago ese pare que me vuelvo a mirar en el espejo, ya no tan rota, ya no ojerosa, ya no con falsas sonrisas, miro a través de mis ojos lo que soy y esculco dentro de mi alma lo que aún me queda por dar y hacer en esta vida y entonces es justo ahí cuando prosigo. Si yo he podido liberarme de la cruz ¿por qué no podrías tú?



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